Mis Pensamientos

Si la mente tuviera voz, me imagino todo lo que se podría decir. Pero que bueno que nuestra mente es muda.



miércoles, 28 de mayo de 2014

Cuando una conversación se convierte en discusión

Estas reunidos amenamente con un grupo de amigos, conversando sobre diversos temas, de pronto esa simple charla se convierte en una fuerte discusión y enfrentamiento. No te ha pasado más de una vez que empiezas una conversación tranquila y serena, y de pronto esta acaba en una fuerte pelea, nos pasa ya sea con la pareja, con los hijos, con los amigos, o conocidos. El resultado final es que nos enfadamos y distanciamos. ¿Vale la pena? Discutir es enriquecedor si se traduce en un intercambio de opiniones que incrementan nuestros puntos de vista, pero discutir puede ser muy empobrecedor si acabamos ofendiendo o agrediendo a los demás.
El motivo fundamental por el que acabamos discutiendo es por nuestra reactividad. Reaccionamos desde nuestras emociones a lo que el otro dice, hace o siente. ¿Está justificado? ¿Es natural? ¿Nos hemos de sentir culpables?
Muchas parejas dejan de hablar de temas importantes para ellos o para la familia, no por tener opiniones distintas, sino por miedo al dolor, a la reactividad que se produce cada vez que han sacado “el tema” en sus conversaciones, que lamentablemente terminan en discusión. El resultado final ha sido frustración, desilusión y distanciamiento. El miedo a las consecuencias emocionales les hace evitar hablar del “tema”. Esta estrategia que parece que los protege, asimismo les aísla. Además, evitar conversar sobre estos temas controvertidos va generando un poso de resentimiento, desengaño y malestar que predispone al recelo y la desconfianza condicionando futuras conversaciones.

Y nos cuestionamos si algún día llegaremos a aprender a conversar sin que las emociones tomen el control de la situación.
Reaccionamos cuando permitimos que las emociones tomen el timón y dirijan nuestras acciones. Y nos justificamos diciendo: “soy pasional”, “es que no me puedo controlar”, “es que me provocan”, “en mi familia todos lo hacemos”, “no puedo tolerarlo”, “que se ha creído esa persona”… Nos comportamos como caballos desbocados. Y como ellos, reaccionamos, a veces, de manera visceral y desproporcionada. En ese momento, el miedo, la rabia, el dolor, la impotencia o la frustración nos ciegan. Es como si un “alien” brotara de nuestro interior. No nos reconocemos a nosotros mismos. Al dar ese poder al “alien” que llevamos dentro, dejamos de conversar para empezar a discutir.
¿Qué nos lleva a ser reactivos? Uno de los factores es la interpretación que hacemos de lo que el otro siente, dice o hace. Lo vivimos como “algo personal”. Sin darnos cuenta de que el otro solamente está haciéndolo lo mejor que sabe, con los conocimientos que posee y las emociones con las que está conectado en ese momento. Lo más frecuente es que lo interpretemos como un atentado a nuestra persona.No es fácil comprender y aceptar que si mi socio grita en una negociación, no es porque me quiera gritar a mí. Grita porque tiene miedo. Grita porque se siente incomprendido. Grita porque no se siente validado. Grita porque piensa que no me importan sus necesidades y sentimientos. No puede darse cuenta de que las emociones lo embargan. Al no poder identificar dichas emociones no puede regularlas.
Sabemos que el miedo no es bueno para mantener una conversación. El miedo es un virus muy contagioso que sin ser concientes de ello nos conecta con nuestros propios miedos, lo que nos lleva a reacciones defensivas o agresivas. Cuando buscamos protegernos alzamos un muro que nos impide ver realmente al otro. Al protegernos del miedo, perdemos de vista al ser humano que tenemos delante, y esta persona tampoco nos puede ver a nosotros, nuestra esencia. Y cada vez el muro es más alto y el foso más ancho.
La reactividad es como una llamada entrante del móvil que invade la conversación entre dos personas. Ni es buena ni mala, tan solo inoportuna. Podemos elegir atender la llamada inmediatamente (reacción inconsciente desde el miedo), interrumpiendo la conversación opodemos elegir continuar la conversación y atender más tarde la llamada (responder conscientemente desde la confianza) priorizando a la persona que tenemos delante y la relación que estamos construyendo.
La reactividad también está relacionada con nuestros juicios internos sobre nosotros mismos. Otro de los factores que puede transformar una conversación en una discusión está relacionado con las expectativas que tenemos de los demás. No podemos tolerar que sean como son y hagan lo que hacen. Sobre todo en aquellas personas que nos importan y a las que queremos. Aquello que no podemos tolerar, aceptar, no lo escuchamos. Nos genera demasiada ansiedad o angustia. Hay ocasiones en que escuchar los problemas de los demás implica conectar con nuestro rol salvador, con nuestra necesidad de aconsejarles e intervenir. Con lo que la conversación se convierte en una discusión. La otra persona no se siente aceptada ni comprendida. La necesidad de rescatar al otro, de sacarlo de su error, de decirle lo que le conviene, corta el diálogo y conduce al enfrentamiento.
La necesidad de rebajar nuestra ansiedad es superior a la necesidad de escucha, aceptación y apoyo que pueda necesitar el otro. Pretendemos que sea el otro el que rápidamente cambie, haciendo lo que consideramos correcto y así nosotros podremos volver a estar tranquilos. Lo que realmente nos ayudaría a todos es que nosotros pudiéramos aceptar nuestra ansiedad, aprendiéramos a regularla y confiáramos en el otro.De esta manera las conversaciones no acabarían en discusiones que nos distancian y generan frustración y resentimiento, decepción y tristeza.
Hay personas que meses e incluso años después de una discusión llegan un día y te dicen, mostrándote algún documento o información: “¡Ves como tenía razón!”. Realmente para esa persona era importante, más importante que el propio tema a discutir, poder reparar su credibilidad, limpiar su imagen, su prestigio y demostrar que realmente estaba defendiendo “la verdad”.A veces iniciamos una conversación y sin entender muy bien qué ha pasado  nos encontramos en plena discusión. Sin ser concientes de que estamos enfadados (la mayoría de las veces con nosotros mismos), buscamos a alguien o cualquier excusa para discutir. Puede que no sepamos canalizar nuestras frustraciones de manera correcta y utilicemos a ciertas personas de “sparrings”. Ésta persona no comprende a qué viene esa “pelea”. Sin darnos cuenta vamos buscando motivos para generar una discusión y al final los encontramos. Para resumir, entre los motivos que nos inducen a acabar nuestras conversaciones en discusiones hallaremos:
Reactividad. Miedo y ansiedad que no sabemos detectar.
Justificar nuestra reactividad.
Interpretar lo que dice el otro como “algo personal”.
Incapacidad para detectar nuestras emociones y regularlas.
Baja autoestima, inseguridad. Actitudes defensivas y agresivas.
“Voces” de nosotros mismos que no queremos oír. Juzgarnos a nosotros mismos y no aceptarnos.
No saber escuchar de manera empática.
Necesidad de autoafirmación, de demostrar que tenemos la razón, qué somos válidos, de convencer a otro de “nuestra verdad”.
Desahogar nuestras frustraciones y ansiedad
Utilizar a otros como “sparrings”
Creencias y expectativas poco realistas
Priorizar los temas a las personas o relaciones
Partir de una actitud “yo gano – tú pierdes”
Estar cerrados a nuevas maneras de ver las situaciones.


Sparring', derivado de la palabra inglesa 'spar', que significa pelear con un oponente.

Hermínia Gomà
Barcelona (3 de febrero 2012)



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